Chile: “No hay mejor tierra en el mundo”

Todos hemos escuchado alguna vez que Chile es “la copia feliz del Edén”. Pero, ¿sabías que esa idea nació de una estrategia desesperada de marketing hace casi 500 años?

En 1545, Chile tenía la peor reputación de América. Los conquistadores que habían venido antes con Diego de Almagro regresaron al Perú contando horrores: decían que era un país pobre, sin oro y lleno de indígenas hostiles. Nadie quería venir. Pedro de Valdivia, aislado en el Valle del Mapocho, rodeado de enemigos y vistiendo harapos tras años de guerra, necesitaba convencer al hombre más poderoso de la tierra, el Rey Carlos V, de que esta empresa valía la pena.

El 4 de septiembre de 1545, desde La Serena, Valdivia tomó la pluma y escribió una de las cartas más importantes de nuestra historia. En ella, ocultó en parte la miseria que vivían y exageró la belleza del paisaje para “vender” el país y conseguir refuerzos.

Con la ayuda de la IA he hecho un resumen y adaptado la carta completa1) al español moderno, manteniendo su fuerza y emoción, para que puedas leerla como si te hubiera llegado un correo electrónico esta misma mañana.

Así es como Pedro de Valdivia le explicó al Rey por qué, a pesar de todo, decidió quedarse en Chile:

FECHA: 4 de septiembre de 1545
LUGAR: La Serena, Chile
DE: Pedro de Valdivia
PARA: Su Majestad el Rey Carlos V

Majestad:

Le escribo para informarle sobre los grandes esfuerzos que he hecho para conquistar y poblar estas provincias de Chile en su nombre.

El difícil comienzo y la mala fama de Chile

Sepa Su Majestad que cuando el Marqués Francisco Pizarro me autorizó a emprender esta conquista, nadie quería venir a esta tierra. La gente que había venido antes con Diego de Almagro la había dejado con tan mala fama, describiéndola como un lugar miserable donde no había ni para comer, que los hombres huían de la sola idea de venir aquí. Incluso a quienes se les ofrecía las mejores condiciones, preferían cualquier otra cosa antes que venir a Chile.

A mí me consideraron loco por querer intentarlo. Me decían que me arruinaría, gastando mi dinero y mi esfuerzo en un lugar del que todos escapaban. A pesar de todo, conseguí reunir 150 hombres gracias a mi insistencia y endeudándome enormemente, vendiendo todo lo que tenía.

El viaje y la fundación de Santiago

Salimos del Cusco en enero de 1540. El viaje fue durísimo; tardamos 11 meses en llegar debido al desierto y al hambre. Finalmente llegué al Valle del Mapocho y fundé la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo el 12 de febrero de 1541. Elegí este lugar porque la tierra me pareció fértil y con mucha madera, agua y pasto, ideal para que su Majestad tuviera aquí un reino importante.

Al principio todo iba bien. Los indígenas parecían pacíficos y nos servían, y empezamos a construir la ciudad y a buscar oro. Parecía que la tierra iba a prosperar rápidamente.

La rebelión y la destrucción total

Pero la paz duró poco. Los indígenas, viendo que nuestra intención era quedarnos para siempre, se organizaron y nos atacaron con una fuerza abrumadora. Mataron a 23 de nuestros caballos, destruyeron nuestras provisiones y quemaron la ciudad entera. Nos quedamos sin nada: sin comida, sin ropa, y sin techo. Lo perdimos todo, excepto las armas que teníamos en las manos y la ropa que llevábamos puesta.

Los años de miseria y resistencia

Desde ese ataque, la guerra no ha parado. Hemos vivido como si fuéramos náufragos. Como los indios dejaron de cultivar la tierra para matarnos de hambre, tuvimos que sembrar nosotros mismos. Mis soldados tuvieron que dejar la lanza y tomar el arado. Arábamos y sembrábamos haciendo guardia al mismo tiempo, armados, porque los indios nos atacaban en cuanto nos descuidábamos.

Pasamos mucha hambre. Comíamos raíces, hierbas y bichos. Cuando cosechábamos algo de trigo, lo guardábamos como oro para volver a sembrar, y mientras tanto nos alimentábamos de nabos y cebollas. La ropa se nos pudrió y tuvimos que vestirnos con pieles de animales que cazábamos o de los perros que matábamos. Así pasamos varios años, sin saber nada del mundo, resistiendo solo con la esperanza de que algún día esto valdría la pena para Su Majestad.

La petición de ayuda (La hazaña de Monroy)

Viendo que nos moríamos, decidí enviar al capitán Alonso de Monroy con cinco hombres a pedir ayuda al Perú. Como no tenía oro para darles, hice fabricar unas estriberas y guarniciones de espadas con el poco oro que habíamos logrado salvar y sacar, para que en el Perú vieran que esta tierra tenía riquezas y se animaran a venir.

Monroy sufrió lo indecible. Los indios mataron a cuatro de sus compañeros en el camino, pero él y otro sobrevivieron, lograron escapar y llegaron a Lima. Allí, gracias a Dios y a Vaca de Castro (Gobernador del Perú en ese entonces), logró conseguir un barco, el Santiaguillo, con provisiones y 60 o 70 hombres de refuerzo.

Cuando el barco llegó aquí en septiembre de 1543, nos devolvió la vida. Los indios, al ver que nos llegaba refuerzo, se desanimaron un poco, aunque no han dejado de molestar.

La descripción de Chile (El motivo para quedarse)

Y ahora, Majestad, quiero decirle algo muy importante para que se sepa en España y vengan mercaderes y gente a vivir aquí:

Esta tierra es tal que, para vivir en ella y establecerse, no la hay mejor en el mundo.

Es una tierra llana y sanísima. El clima es muy agradable: no hace demasiado calor en verano ni demasiado frío en invierno; hay sol casi todo el día. Es increíblemente fértil: se da todo tipo de ganado (ovejas, cerdos, caballos) en abundancia, y cualquier semilla que se planta crece de maravilla. Hay muchísima madera para construir, leña infinita y agua excelente que corre por todos lados. Parece que Dios creó esta tierra a propósito para tenerlo todo a la mano.

Además, ya hemos encontrado minas de oro muy ricas cerca de la ciudad y estamos sacando buena cantidad.

Situación política y petición final

Le informo también que fundé una segunda ciudad, La Serena, en el valle de Coquimbo, para asegurar el camino hacia el Perú y tener un puerto seguro.

Majestad, he gastado más de 200.000 pesos de oro en esta empresa, que es toda mi fortuna y la de mis amigos. Como Francisco Pizarro ha muerto y en el Perú hay desorden por las guerras civiles, necesito que Su Majestad me confirme directamente en el cargo de Gobernador de estas tierras y me conceda las mercedes que merezco por haber ganado este territorio con tanto sufrimiento y sin ayuda real de nadie.

Mi único deseo es dejar fama y memoria de mí, y servirle hasta la muerte. Si no tuviera esa ambición de honra, ya me habría vuelto rico a descansar, pero prefiero seguir aquí ampliando sus dominios.

Quedo a la espera de sus noticias y de los refuerzos que he pedido para seguir la conquista hacia el sur, hasta el Estrecho de Magallanes.

Su humilde súbdito y servidor que besa sus manos,

Pedro de Valdivia

Al terminar de leer estas palabras, es difícil no sentir una mezcla de admiración y escalofríos. Valdivia escribió sobre un clima paradisíaco y una “tierra sanísima” en el mismo momento en que sus hombres apenas tenían qué comer y dormían con la espada bajo la almohada.

Esta carta es mucho más que un informe administrativo; es el acta de nacimiento de la identidad chilena. Valdivia fue el primero en enamorarse de esta geografía loca. Su visión funcionó: la carta llegó a España, el Rey y los mercaderes creyeron en el proyecto, y los barcos con auxilio eventualmente llegaron.

Si hoy vivimos en este país, es en gran parte porque un hombre obstinado, hace 480 años, se negó a aceptar el fracaso y decidió convencer al mundo de que, a pesar de la guerra y la distancia, no había “mejor tierra en el mundo” para vivir.

¿Fue un visionario o simplemente un gran vendedor? Quizás fue ambas cosas.

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